La Devoción
El mensaje de la Divina Misericordia
La Divina Misericordia es el mensaje que recuerda a la humanidad el amor misericordioso de Dios que se compadece de la miseria del hombre y se inclina para sacarlo del pecado, sanarlo y llevarlo a la santidad, y lo llama a rendir culto a Su misericordia por medio de la confianza y las obras de misericordia.
La misericordia es el mayor atributo de Dios
Este mensaje fue dado por el mismo Jesús a la religiosa polaca Santa Faustina Kowalska (1905-1938) a través de una revelación privada aprobada por la Iglesia, y se encuentra contenido en el libro escrito por ella titulado “Diario, la Divina Misericordia en mi alma”. En este escrito el Señor recuerda a los hombres el mensaje central de nuestra fe, que aparece en toda la Sagrada Escritura: que la Misericordia es el mayor atributo de Dios.
Culto por medio de la confianza y las obras de misericordia
Al acoger este mensaje el hombre está llamado a rendir culto a la Misericordia de Dios por medio de la confianza y las obras de misericordia. La confianza es la esencia de este culto: confianza en la misericordia y perdón gratuito de Dios para el pecador arrepentido, y confianza en la voluntad de Dios en nuestras vidas. Y la misericordia es el fruto: un actuar impregnado de misericordia hacia el prójimo y la práctica de las obras de misericordia.
Cinco formas exteriores de devoción para dar culto a la Divina Misericordia
En esta revelación el Señor le transmite a Santa Faustina cinco formas exteriores de devoción para rendir culto a Su Misericordia: la veneración de la Imagen de Jesús Misericordioso, la celebración de la Fiesta de la Divina Misericordia (2° Domingo de Pascua), la oración de la Coronilla, la contemplación de la Pasión de Cristo en la Hora de la Misericordia (3 de la tarde) y la difusión del mensaje de la Divina Misericordia.
Objeto de la devoción a la Divina Misericordia
El objeto de la devoción a la Divina Misericordia es la misericordia de Dios, Uno y Trino. Se trata de un atributo de Dios, que es amor, bondad, compasión del Creador y Redentor que se inclina hacia toda la miseria del hombre. Al alabar algún atributo de Dios, le alabamos a Él mismo, porque Dios es simple, es decir, todo lo que hay en Dios es Dios mismo. Y así “Dios no sólo es sabio, sino que es la Sabiduría misma; no sólo es omnipotente, sino que es Omnipotencia; hacia el mundo, no sólo muestra su providencia, sino que es Providencia; no sólo nos ama, sino que es Amor; no sólo es misericordioso, sino que es Misericordia. Entonces Sabiduría, Providencia, Omnipotencia, Amor, Misericordia, que son lo mismo que Dios, tienen derecho, por nuestra parte, a que se les rinda honor y culto” (Padre Prof. I. Różycki).
La confianza, esencia de la devoción a la Divina Misericordia
La esencia de la devoción a la Divina Misericordia es la confianza en Dios, que es la actitud bíblica de la fe y de abandono en Él.
En los escritos de Santa Faustina, la confianza no es una virtud más entre otras, sino la actitud integral que el hombre debe tener hacia Dios como Padre rico en misericordia. Si la devoción a la Divina Misericordia es un culto, venerar la Divina Misericordia significa confiar en ella. Por eso, donde existe confianza en Dios existe la devoción a la Divina Misericordia, incluso si faltaran los demás elementos de la devoción. Por esto la confianza es fundamental.
La confianza constituye la esencia misma de la devoción a la Divina Misericordia, sin la cual esta devoción no existiría, porque la expresión primordial de la alabanza a la Divina Misericordia es el acto de confianza. Alabar la Divina Misericordia es, en primer lugar, confiar en Dios, y después llevar a la práctica las diversas formas de culto transmitidos por Jesús a Santa Faustina.
Jesucristo equipara la confianza con la devoción, por tanto la confianza en sí misma ya constituye la devoción, son sinónimos. Jesús vinculó la promesa de otorgar todas las gracias y bendiciones temporales con la confianza en la Misericordia, es decir, que la confianza es la condición para poder recibirlas: “Di que cualquier alma que pida mi misericordia nunca va a decepcionarse. Me gustan sobre todo las almas que han confiado en mi bondad” (D. 1541). “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (D. 687). “Quien confía en mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos” (D. 732). “Antes el cielo y la tierra se vuelven a la nada, que Mi misericordia deje de abrazar a un alma confiada” (D. 1777).
Jesús le dijo a Santa Faustina: “Si por medio de ti exijo de los hombres el culto a la Misericordia, tú debes ser la primera en distinguirte en la confianza a mi Misericordia” (D. 742). Santa Faustina comprendió muy bien estas palabras de Jesucristo, y dice: “Confío en Ti, Dios Misericordioso, y quiero ser la primera en mostrar esta confianza que exiges a las almas” (D. 615).
La confianza es la primera respuesta del hombre al amor misericordioso de Dios, que es un amor precedente, es decir, que se anticipa; la confianza abre el corazón del hombre para recibir las bondades de la Misericordia, y hace que la Misericordia actué en su corazón; la confianza es el único recipiente para tomar la gracia de Dios de su misma fuente: “Las gracias de Mi misericordia se toman con un solo recipiente y éste es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son Mi gran consuelo, porque en tales almas vierto todos los tesoros de Mis gracias. Me alegro de que pidan mucho, porque Mi deseo es dar mucho, muchísimo. Me pongo triste, en cambio, si las almas piden poco, estrechan sus corazones. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son Mi gran consuelo, porque en tales almas vierto todos los tesoros de Mis gracias” (D. 1578). “Tu empeño debe ser la total confianza en Mi bondad, el Mío, darte todo lo que necesites. Me hago dependiente de tu confianza; si tu confianza es grande Mi generosidad no conocerá límites” (D. 548).
Si el hombre se acerca con confianza a la fuente de la Divina Misericordia, el pecador será justificado, y el justo será confirmado en el bien (cfr. D. 1520). “No encontrará alma ninguna la justificación hasta que no se dirija con confianza a Mi Misericordia” (D. 570). “Al que haya depositado su confianza en Mi misericordia en la hora de la muerte le colmaré el alma con Mi paz divina” (cfr. D. 1520). Esta regla también se refiere a los beneficios profanos, como es gozar de paz en el mundo: “La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi Misericordia” (D. 300).
Se puede concluir lo siguiente:
Sin la confianza la devoción no trae ningún fruto. Si se practican las formas de devoción dadas por Jesús sin confianza, esas prácticas no traen las promesas unidas a ellas.
La confianza sin otros actos de piedad, ya garantiza la recepción de todo tipo de gracias y beneficios.
La confianza en sí misma ya constituye la devoción. La confianza es lo mismo que la devoción.
La confianza en la Divina Misericordia está condicionada por las virtudes teologales: fe, esperanza y amor; y las morales: humildad y contrición.
Sin las virtudes teologales es imposible confiar en Dios, porque no se puede confiar en alguien a quien no se conoce (fe), con quien no se cuenta (esperanza), a quien no se ama (amor-caridad). Tampoco se puede confiar en Dios si no se tienen las virtudes morales, porque cómo confiar en Dios si uno no conoce sus propias debilidades (humildad) y no reconoce ni se arrepiente del mal que ha cometido (contrición).
Fe: La confianza exige vivir en la fe. Tenemos que tener fe en el amor y en la bondad de Dios, en esta bondad que Dios tiene por cada ser humano. La fe nos lleva a creer en la bondad infinita de Dios por cada uno.
Esperanza: La confianza también se manifiesta en la virtud de la esperanza. El hombre que confía, tiene una gran esperanza en el amor de Dios, sabe esperar en ese amor, manifiesta una fe madura cuando no se deja vencer por las dificultades o incluso tragedias de la vida, sino que confía en aquel que es el Amor. En su corazón existe la esperanza de ser amado por siempre, porque sabe que el amor y la bondad de Dios hacia cada hombre son infinitas.
Amor: La confianza es el modo de amar a Aquel en quien confío. Amamos a Dios confiando en su misericordia, porque Él se identifica con el amor y la misericordia mismos (cfr. D. 1074). Por medio de la confianza el Señor nos eleva hacia el amor divino, la caridad, que es amar a Dios en y en sobre todas las cosas.
Humildad: La humildad es condición necesaria para acceder a la misericordia. Ella está vinculada a la fe y es necesaria para poder confiar. La humildad significa reconocer que Dios es Dios, que el hombre es criatura y no Dios, y que todo lo bueno en uno viene de Él.
Contrición: La contrición es el arrepentimiento de los pecados cometidos. La confianza debe ir acompañada de una actitud de arrepentimiento que se debe al remordimiento de conciencia por los pecados cometidos. Santa Faustina practicaba todos los días el arrepentimiento.
La confianza es así un conjunto de muchas virtudes, teologales y morales, que están vinculadas entre sí y son vitales para la vida del cristiano. La confianza no es entonces un sentimiento piadoso ni una aceptación intelectual de las verdades de la fe, sino una actitud enraizada en la voluntad del hombre que se expresa en el cumplimiento de la voluntad de Dios, contenida en los mandamientos, las obligaciones del propio estado de vida o en las inspiraciones del Espíritu Santo.
El hombre que va conociendo y descubriendo el misterio de la Divina Misericordia y que confía en Dios sabe bien que la voluntad de Dios tiene como único objetivo el bien, busca sola y exclusivamente el bien del hombre, por eso la recibe con amor, es decir, como un regalo de Dios y por eso procura cumplirla en su vida.
Sin la vivencia de estas virtudes, especialmente las virtudes morales de humildad y contrición, el mensaje de la Divina Misericordia puede mal interpretarse como una falsa misericordia y entenderse como una complicidad de Dios con el pecado, sacando como conclusión que como Dios es misericordioso da lo mismo la respuesta del hombre y da lo mismo si no se convierte de su pecado, porque Dios lo ama igual. Frente a esa mal entendida misericordia San Alfonso María de Ligorio dice: “No merece misericordia quien se sirve de ella para ofender a Dios. Dios usa su misericordia con quien le ama, no a quien se sirve de ella para no amarlo”.
San Agustín decía que el demonio tienta a los hombres con la desesperación y con la esperanza. Tras el pecado, lleva al pecador a la desesperación por el miedo a la justicia de Dios; pero antes de pecar empuja al hombre al pecado con la esperanza en la Misericordia de Dios. Y concluye diciendo: “Tras el pecado espera en la misericordia, antes del pecado ten respeto por la justicia”.
La esencia de la devoción tiene promesas, pero también exigencias; la exigencia más importante es practicar la misericordia hacia el prójimo: “Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá Mi misericordia en el día del juicio” (D. 1317).
Así entonces el fruto de esta devoción es la actitud de misericordia hacia el prójimo, que es lo que hace que la devoción a la Divina Misericordia no sea tan sólo una devoción, sino que exige la formación personal según la actitud evangélica del amor activo hacia los demás.
Para Jesucristo las Obras de Misericordia espirituales y corporales son imprescindibles. Estas obras se deben cumplir por amor a Él, que se identifica con cada hombre, porque “todo lo que hicieron con alguno de los más pequeños, a Mí me lo hicieron” (Mt 25, 40). Precisamente esa intención distingue la misericordia cristiana de la caridad natural o de la filantropía ejercida por motivaciones diversas.
Si alguien no puede mostrar la Misericordia con un acto, debe hacerlo de palabra, y si no puede hacerlo de palabra, debe practicar la Misericordia por medio de la oración: “Hija Mia, (…) exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mi. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo: la primera – la acción, la segunda – la palabra, la tercera – la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi misericordia” (D. 742).
La exigencia del amor activo al prójimo hace que la devoción a la Divina Misericordia no sea una simple devoción, “sino una vida religiosa y cristiana vivida con toda profundidad” (Padre Prof. I. Różycki). Sólo sobre la base de este fundamento que consta de la confianza en Dios y de una actitud de misericordia hacia el prójimo, se pueden desarrollar las nuevas formas de culto que Jesucristo trasmitió a Santa Faustina.
Formas de culto
Jesús le enseñó a Santa Faustina cinco formas de devoción a Su Misericordia a las que van unidas promesas concretas bajo la condición de confiar en la bondad de Dios y practicar misericordia para con el prójimo.
Estas cinco formas de devoción son:
- La imagen de Jesús misericordioso;
- La Fiesta de la Divina Misericordia;
- La Coronilla a la Divina Misericordia;
- La Hora de la Misericordia, las tres de la tarde;
- La propagación de la devoción a la Divina Misericordia.
Conocida con frecuencia con el nombre de imagen de la Divina Misericordia, fue revelada a Santa Faustina el 22 de febrero de 1931: “Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica sobre el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor, mi alma estaba llena de temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, confío en Ti. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y [luego] en el mundo entero” (D. 47). “Quiero que esta imagen (…) sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (D. 49).
Jesús le explicó a Santa Faustina el significado de los rayos: “Los rayos significan la sangre y el agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi Misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (D. 299). Esta explicación es alusión directa a los sacramentos, ya que por el Bautismo y la Penitencia se purifican nuestras almas y por la Eucaristía se alimentan.
Ante la desilusión que sintió Santa Faustina al ver la imagen del Señor ya pintada por un artista, escuchó estas palabras de Jesús: “No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia” (D. 313). “Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la fuente de Misericordia para recoger gracias. Este recipiente es esta imagen con la firma: Jesús, confío en Ti” (D. 327).
Con respecto a la mirada de Jesús en la imagen, Él le dijo a Santa Faustina: “Mi mirada en esta imagen es igual a la mirada en la cruz” (D. 326). Como en la cruz, físicamente de arriba hacia abajo, y espiritualmente una mirada misericordiosa, una mirada llena de compasión y solicitud por el hombre, porque Dios le busca incesantemente, como fue revelado plenamente en la cruz de Cristo.
La imagen es un recuerdo constante de las exigencias de la Misericordia divina, que es la de una fe rica en obras: “Esta imagen ha de recordar las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil” (D. 742).
La Promesa para quienes veneren la imagen de Jesús Misericordioso es la siguiente: “El alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra la victoria sobre los enemigos y sobre todo a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como Mi gloria” (D. 48). “A través de esta imagen concederé muchas gracias a las almas” (D. 742).
La primera imagen de la Divina Misericordia fue pintada por el pintor Eugeniusz Kazimirowski en Vilna, bajo la supervisión y la atenta mirada de Santa Faustina, en 1934. Desde entonces, se han pintado varias versiones diferentes de la imagen de Jesús Misericordioso, todas ellas basadas en la visión de Santa Faustina.
La imagen es un signo del amor misericordioso de Dios para toda la humanidad. Este amor de Dios ha sido plenamente revelado en la vida de Jesús, pero especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. La imagen muestra la misericordia de toda la Santísima Trinidad; es por eso que se conoce también como la imagen de la Divina Misericordia o la imagen de Jesús Misericordioso, porque ha sido Él quien ha revelado al hombre este misterio del modo más pleno.
La imagen constituye una síntesis visual de la devoción a la Divina Misericordia, pues no sólo nos muestra el misterio de la Misericordia de Dios, sino que también nos indica cuál debe ser la respuesta del hombre a Dios. En las palabras que hay bajo la imagen, “Jesús, confío en Ti” (D. 47), se indica la respuesta primordial que el hombre debe tener ante este amor misericordioso de Dios que nos precede: la confianza.
Jesús le aseguró a Santa Faustina que esta imagen atraería muchas almas a Dios, y que a través de la imagen Su misericordia actuaría en las almas. En abril de 1938 ella escribió: “Hoy he visto la gloria de Dios que fluye de esta imagen. Muchas almas reciben gracias aunque no lo digan abiertamente. Aunque su suerte varía, Dios recibe gloria a través de ella y los esfuerzos de Satanás y de la gente mala se estrellan y vuelven a la nada. A pesar de la maldad de Satanás, la Divina Misericordia triunfará en el mundo entero y recibirá el culto de todas las almas” (D. 1789).
Es la forma de devoción que tiene más importancia. Fue revelada a Santa Faustina en la misma aparición en que Jesús le pide pintar la imagen en 1931: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (D. 49). “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores” (D. 699). “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre” (D. 965). “Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida recibirá el perdón total de las culpas y de las penas” (D. 300). “Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acercan al manantial de Mi misericordia; (….) que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (D. 699). “No encontrará alma ninguna la justificación hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia y por eso el primer domingo después de la Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes deben hablar a las almas sobre Mi misericordia infinita” (D. 570).
Las Promesas para quienes celebren la Fiesta de la Divina Misericordia son las siguientes: “El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (D. 699). “Yo soy la Misericordia misma para el alma arrepentida” (D. 1521).
El Señor asoció el perdón de culpas y penas a la Confesión y a la Santa Comunión recibida el día de la Fiesta de la Misericordia, es decir, al hecho de confesarse y comulgar en la Fiesta de la Misericordia; con ello, Jesús elevó la Sagrada Comunión recibida en este día al rango de un “segundo bautismo” (el perdón de todas las culpas y penas es sólo una gracia sacramental del sacramento del Bautismo). No es obligación que la confesión sea realizada el mismo día de la Fiesta, pero si no se puede ese día debe hacerse unos días antes o unos días después de ella.
A petición de los Obispos de Polonia, el Papa San Juan Pablo II, en 1995, instituyó esta fiesta en todas las diócesis de Polonia. El día de la canonización de Santa Faustina, el 30 de abril de 2000, el Papa instituyó esta fiesta para toda la Iglesia.
La Fiesta de la Misericordia tiene el rango más alto dentro de todas las formas de culto de la Divina Misericordia en cuanto a la magnitud de las promesas y su posición en la liturgia de la Iglesia. La elección del domingo siguiente a Pascua de Resurrección no es casual, pues este día culmina la octava de Pascua que corona la celebración del Misterio Pascual de Cristo.
En la liturgia de la Iglesia, este período manifiesta con toda claridad que el misterio de la Divina Misericordia fue revelado de la forma más plena a través de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La institución de la Fiesta de la Divina Misericordia después de la Pasión y Resurrección de Cristo, destaca la fuente y el motivo de los misterios de la fe que se viven en esos días, cuya fuente es la Misericordia de Dios. Se podría decir que no existiría la obra de la Redención si no existiera la Misericordia de Dios. Esta relación existente entre la Redención y la Misericordia fue subrayada por Santa Faustina, cuando escribió: “Ahora veo que la obra de la Redención está ligada a la obra de la misericordia que reclama el Señor” (D. 89).
Jesús le dice a Santa Faustina que hay que preparar esta fiesta rezando una novena, que comienza el Viernes Santo y culmina el Sábado de la Octava de Pascua. Esta novena consiste en rezar la Coronilla (cfr. D. 796) y en presentarle cada día un grupo diferente de almas para pedir por ellas (cfr. 1209 – 1229). Jesús le dice a Santa Faustina: “Durante este novenario concederé a las almas toda clase de gracias” (D. 796). “Deseo que durante esos nueve días lleves a las almas a la Fuente de Mi Misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a Mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de Mi misericordia. Y a todas estas almas Yo las introduciré en la casad de Mi Padre. Lo harás en esta vida y en la vida futura. Y no rehusaré nada a ningún alma que traerás a la Fuente de Mi Misericordia. Cada día pedirás a Mi Padre las gracias para estas almas por Mi amarga Pasión” (D. 1209).
Se reza con las cuentas del Rosario. Al inicio:
Padre Nuestro, Ave María y Credo.
En las cuentas del Padre Nuestro:
“Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre,
el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo,
como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”.
En las cuentas del Ave María:
“Por su dolorosa Pasión,
ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.
Al finalizar las cinco decenas se reza tres veces:
“Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal,
ten piedad de nosotros y del mundo entero”.
Se puede añadir:
“Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús
como una Fuente de Misericordia para nosotros,
confío en Ti”.
“Santa Faustina, Ruega por nosotros”.
“San Juan Pablo II, Ruega por nosotros”.
La Historia de la Coronilla a la Divina Miserciordia
El Señor Jesús dictó esta oración a Santa Faustina entre el 13 y el 14 de septiembre de 1935 en Vilna, como una oración para aplacar la ira divina (cfr. D. 474 – 476).
Las personas que rezan esta coronilla ofrecen a Dios Padre “el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad” de Jesucristo como propiciación de sus pecados, los pecados de sus familiares y los del mundo entero. Al unirse al sacrificio de Jesús, apelan a este amor con el que Dios Padre ama a Su Hijo y en Él a todas las personas.
En esta oración piden también “misericordia para nosotros y el mundo entero” haciendo, de este modo, un acto de misericordia. Agregando a ello una actitud de confianza y cumpliendo las condiciones que deben caracterizar cada oración buena (la humildad, la perseverancia, la sumisión a la voluntad de Dios), los fieles pueden esperar el cumplimiento de las promesas de Cristo que se refieren especialmente a la hora de la muerte: la gracia de la conversión y una muerte serena. Gozarán de estas gracias no sólo las personas que recen esta Coronilla, sino también los moribundos por cuya intención la recen otras personas. Jesús le dijo a Santa Faustina: “Por el rezo de esta coronilla Me acercas la humanidad” (D. 929).
Las promesas para quienes recen la Coronilla son las siguientes: (…) “Hija Mía, anima a las almas a rezar la coronilla que te he dado. A quienes recen esta coronilla, Me complazco en darles lo que Me pidan” (D. 1541). (…) “Reza la coronilla que te he enseñado (…). A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad” (D. 1731). “A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá en la vida y especialmente a la hora de la muerte” (D. 754). “Defenderé como Mi gloria a cada alma que rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca del agonizante es rezada esta coronilla, se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa Pasión de Mi Hijo” (D. 811). “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita” (D. 687).
La Coronilla está destinada a ser rezada tanto en comunidad como individualmente. Al decir “nosotros” se refiere tanto a la persona que la reza como a todos aquellos por quienes se reza; al decir el “mundo entero” se refiere que se reza tanto por vivos como por difuntos. De esta manera, al recitar la Coronilla de la Divina Misericordia, Jesús nos pide que imploremos la misericordia “para nosotros”, enseñándonos así a combatir el egoísmo en la oración, y de ese modo hace de la oración de la Divina Misericordia un acto de amor sacrificial.
La oración de la Coronilla, en su totalidad, está dirigida a Dios Padre, a quien ofrecemos a su amado Hijo en propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero, y suplicamos que por los méritos de su dolorosa Pasión conceda la misericordia a nosotros y al mundo entero. Al rezar esta oración participamos del sacerdocio común de Cristo ofreciendo a Dios el Padre a su amado Hijo en propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero.
San Pablo dice que “Cristo, cumpliendo su misión, primero nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5, 2). Cuando rezamos la Coronilla, nos unimos al sacrificio de Cristo en la cruz en el que Él se ofreció para nuestra salvación. Al recitar las palabras “Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo”, lo hacemos en virtud del amor que Dios Padre tiene por su Hijo, y en Él, por todos los hombres. Así pues, recurrimos al motivo más fuerte para ser escuchados por Dios.
Con respecto a la hora en que hay que rezar la Coronilla, hay que aclarar que puede ser rezada a cualquier hora. A veces existe la equivocación de creer que hay que rezarla a las tres de la tarde, cosa que Jesús no pidió. Las tres de la tarde, que es la Hora de la Gran Misericordia, está dirigida al Hijo, Jesucristo, a contemplarlo en su Pasión, como se verá en el número siguiente; en cambio la Coronilla está dirigida al Padre Dios. Lo que se puede hacer, y se hace en varios Santuarios de la Misericordia, es que a las tres de la tarde se contempla un momento la Pasión de Cristo, y después se reza la Coronilla.
A cualquier hora que se rece la Coronilla, lo importante es comprender que con esta oración le pedimos al Padre que nos mire a través de las heridas de su Hijo Jesús, y que al mirarnos a través de las heridas de su Hijo, no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos trate conforme a su gran bondad y misericordia: “(…) Vi una gran claridad y en ella a Dios Padre. Entre la luz y la Tierra vi a Jesús clavado en la cruz de tal forma que Dios, deseando mirar hacia la tierra, tenía que mirar a través de las heridas de Jesús. Y entendí que Dios bendecía la tierra en consideración a Jesús” (D. 60).
Las tres de la tarde, hora de la agonía de Jesús, es un tiempo en que procuramos permanecer espiritualmente al pie de la Cruz de Cristo. Jesús le dijo a Santa Faustina “A las tres, ruega por Mi misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía. Ésta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero” (D. 1320).
En octubre de 1937, el Señor Jesús encomendó adorar la hora de su muerte: “Cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete en Mi misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y, especialmente, para los pobres pecadores, ya que en ese momento, se abrió de par en par para cada alma. (…) En esa hora procura rezar el Vía Crucis, en cuanto te lo permitan tus deberes; y si no puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos entra un momento en la capilla y adora en el Santísimo Sacramento a Mi Corazón que está lleno de misericordia. Y si no puedes entrar en la capilla, sumérgete en oración allí donde estés, aunque sea por un brevísimo instante. (…) En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la misericordia triunfó sobre la justicia” (D. 1572).
Tres condiciones para que sean escuchadas las oraciones de esa hora:
– Ha de ser rezada a las tres de la tarde.
– La oración ha de ser dirigida a Jesús.
– Ha de apelar a los valores y méritos de la Pasión del Señor.
Las Promesas para quienes contemplan la Pasión de Cristo a las tres de la tarde, Hora de la Gran Misericordia, son las siguientes: “A las almas que meditan en Mi Pasión les concedo el mayor número de gracias” (D. 737). “En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión…” (Diario 1320). “En esa hora puedes obtener todo lo que pidas para ti o para los demás” (1572).
Como se mencionó en el número anterior, existe la equivocación de asociar la Hora de la Gran Misericordia con el rezo de la Coronilla, lo que es incorrecto. La oración de las tres de la tarde va dirigida a Jesús, y la oración de la Coronilla va dirigida al Padre Dios. Jesús le pidió a Santa Faustina que a las tres de la tarde rezara en la capilla el Vía Crucis, o adorara a su Corazón lleno de misericordia en el Santísimo Sacramento; y si los deberes no le permitían entrar en la capilla, que se sumergiera en oración por un brevísimo instante donde estuviera, contemplando su Pasión.
Lo que se puede hacer, y se hace en varios Santuarios de la Misericordia, es que a las tres de la tarde se contempla un momento la Pasión de Cristo, y después se reza la Coronilla. Pero que no se deje de contemplar a Cristo en su Pasión a las tres de la tarde, porque esa es la oración que el mismo Jesús pidió en la Hora de la Misericordia, estableciendo la forma de practicarla, oración que es una forma particular del culto a la Divina Misericordia, con la que Jesús asoció unas promesas determinadas.
Contemplar a Cristo en su Pasión a las tres de la tarde nos introduce en un contacto directo y personal con Él, nos hace meditar su misericordia, que se manifestó durante su Pasión, y nos permite dirigirnos a Jesús como a Alguien muy cercano; en virtud de los méritos de su Pasión podemos pedir la misericordia para nosotros mismos y para mundo entero.
La difusión del culto de la Divina Misericordia consiste en proclamar el misterio de la Misericordia de Dios, el cual nos ha sido revelado del modo más pleno en Cristo crucificado y Resucitado, difusión que debe mostrar el camino que conduce hacia una vida hermosa y feliz en la tierra, y que debe estar al servicio de la obra de la salvación y santificación del mundo y preparar a la humanidad para la segunda venida de Cristo a la tierra.
“Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia” (D. 965). “Hija Mía, no dejes de proclamar Mi misericordia” (D. 1521). “Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible Misericordia Mía” (D. 699). “Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos” (D. 848). “Escribe: Antes de venir como juez justo abro de par en par la puerta de Mi misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia” (D. 1146).
La tarea de proclamar el mensaje de la Divina Misericordia se desprende del don que hemos recibido en el momento del bautismo. Es también un derecho y un deber de la Iglesia, y por lo tanto, de todos los creyentes. San Juan Pablo II dijo: “Ha llegado la hora en la que el mensaje de la Divina Misericordia derrame en los corazones la esperanza y se transforme en chispa de una nueva civilización: la civilización del amor”.
El mensaje de la Misericordia, que debemos vivir y compartir con los demás, es un gran don de Dios para nuestro tiempo, un don que al mismo tiempo es un signo de esperanza, garantía de salvación y luz que ilumina los caminos de la humanidad en el tercer milenio de la fe; por lo tanto, debería ser transmitido con una gran humildad y en conformidad con los deseos de Jesús.
La Promesa para quienes propagan la devoción a la Divina Misericordia es la siguiente: “A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas el Juez, sino el Salvador Misericordioso” (D. 1075). A los sacerdotes, el Señor les hizo una promesa adicional: “Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón. A los sacerdotes que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré sus palabras y sacudiré los corazones a los cuales hablen” (D. 1521).
En la difusión del culto de la Misericordia es de suma importancia la correcta transmisión del mensaje de la Misericordia, incluyendo la preocupación por la pureza del culto de la Divina Misericordia según las formas previstas por Santa Faustina. La tarea de proclamar y de hacer presente en el mundo de hoy el amor misericordioso de Dios, requiere hacer el esfuerzo para ir conociendo mejor este misterio, el más bello de nuestra fe, sobre la base de los textos bíblicos, y también ir buscando signos de este amor en nuestra propia vida y en el mundo.
El Diario de Santa Faustina
“Diario, La Divina Misericordia en mi alma”
Los escritos donde Santa Faustina registró los encuentros de su alma con Dios están contenidos en el “Diario, La Divina Misericordia en mi alma”. En este texto se revela la profundidad de su vida espiritual y su alto grado de unión con Dios. Estos escritos permiten conocer hasta qué punto Dios se entregó a su alma y evidencia también sus esfuerzos y combates en el camino hacia la perfección cristiana. El Señor la colmó de muchas gracias extraordinarias: los dones de contemplación y de profundo conocimiento del misterio de la Divina Misericordia, visiones, revelaciones, estigmas ocultos, los dones de profecía, de leer en las almas humanas, y de desposorios místicos.
Santa Faustina escribió el Diario estando destinada en Vilna y Cracovia entre los años 1934 a 1938 por orden expresa de Jesús y por obediencia a sus confesores, el Beato P. Miguel P. Sopoćko y el P. José Andrasz SJ, y con el permiso de las Superioras de la Congregación. Ella escribe: “Aunque estoy débil y la naturaleza reclama un descanso no obstante siento un soplo de la gracia para vencerme a mí misma y escribir, escribir para el consuelo de las almas que amo tanto y con las cuales compartiré toda la eternidad. Deseo tan ardientemente la vida eterna para ellas que todos los momentos libres, aunque tan cortitos, los aprovecho para escribir y esto tal y como Jesús desea” (D. 1471).
Santa Faustina escribía todas las notas en absoluto secreto y lo hacía cuando tenía algún tiempo libre disponible dentro de su vida religiosa. Escribió también durante su estancia en el hospital y allí, disponiendo de más tiempo, a petición del P. Sopoćko, subrayó con un lápiz todas las palabras de Jesús.
Los primeros fragmentos que se conservan del Diario datan de julio de 1934. Las últimas notas datan de junio de 1938, fecha en la que santa Faustina dejó de escribirlo, tres meses antes de su muerte. En total escribió seis cuadernos, a los cuales añadió un cuadernillo, titulado: “Mi preparación para recibir la santa Comunión”.
El Diario contiene, sobre todo, el mensaje del amor misericordioso de Dios a la humanidad, que Santa Faustina debía transmitir a la Iglesia y al mundo entero. Por tanto, se trata de una obra de excepcional importancia: “El Evangelio de la misericordia escrito desde la perspectiva del Siglo XX”, como lo definió el Papa San Juan Pablo II.
El Diario tiene a veces una cronología un tanto desordenada, sobre todo en el primer cuaderno, porque Santa Faustina quemó las primeras notas que había escrito. Esto lo hizo porque un supuesto ángel, que en realidad era un demonio, se lo sugirió, aprovechándose de la ausencia en Vilna del P. Sopoćko. Cuando el P. Sopoćko regresó a Vilna, le dijo a Santa Faustina que intentara reconstruir lo que había quemado; por eso entre los acontecimientos actuales y las experiencias que la autora narra, intercala descripciones y citas de acontecimientos que habían tenido lugar con anterioridad.
El Diario, como manuscrito, consta de seis cuadernos de diverso volumen, densamente escritos por ambos lados (con un total de 477 páginas).
Al principio de cada cuaderno, a excepción del cuarto, Santa Faustina dejó anotado su nombre de religiosa y una sentencia sobre la misericordia de Dios, como “la Divina Misericordia en mi alma” o “Cantaré la Misericordia del Señor eternamente”. El manuscrito no contiene modificación o corrección alguna, ni supresiones, ni siquiera la autora lo hizo cuando omitía alguna letra, repetía alguna palabra o bien escribía con errores; sea como sea, en todo caso no corrigió nada. Lo dejó todo tal cual lo había escrito. Sólo destacó las palabras de Jesús, por indicación del P. Sopoćko, subrayándolas con un lápiz.
En los cuadernos originales hay varias páginas en blanco, que al parecer Santa Faustina dejó a propósito para añadir algo más adelante, pero finalmente no lo hizo. Tampoco numeró las páginas del manuscrito. Por razones prácticas, el P. Andrasz SJ y la Hna. Javiera Olszamowska ZMBM, después de la muerte de Santa Faustina, llevaron a cabo la paginación, marcando los números de página a lápiz. El manuscrito está en muy buen estado, no ha sufrido ningún tipo de deterioro; sólo le falta una página, que al parecer algún desconocido se llevó.
Al escribir el Diario, Santa Faustina contaba con la posibilidad de que un día se publicara “para consuelo de las almas”, pero quería que esto se hiciera después de su muerte. Justamente por eso, sus notas iban acompañadas de una hoja de papel con el siguiente contenido: “Jesús, no se permite a nadie leer estas libretas y notas, puesto que primero los debe revisar el Padre Andrasz, o el Padre Sopoćko, y esto porque estas páginas albergan los secretos de mi conciencia. Es voluntad de Dios que se ponga a disposición para el consuelo de las almas. No hay que dejar leer las libretas a las hermanas, sólo después de la impresión, a excepción de los Superiores. Cracovia, día de retiro, 3 de abril de 1938 Hna. Faustina”.
Después de la muerte de Santa Faustina, sus escritos se mantuvieron guardados en la Congregación. De acuerdo con la voluntad de la autora, fueron celosamente guardados, y sólo las Superiores tenían acceso a ellos (la Madre General y la superiora de la casa de Cracovia) y sus confesores. Bajo el encargo de la Madre General Michaela Moraczewska, los cuadernos fueron copiados por la Hna. Javiera Olszamowską, quien lamentablemente lo hizo sin precisión ni rigor científico. La copia mecanografiada por la Hna. Javiera Olszamowską contenía muchos errores, omisiones o fragmentos mal interpretados o mal corregidos.
La dificultad en llevar a cabo una trascripción correcta del texto surgía también del propio estilo de la autora, puesto que en una misma frase pasaba de expresar sus propias palabras, a citar inmediatamente después las palabras de Jesús, citas que en el manuscrito destacó subrayándolas con el lápiz, lo que en la copia se omitió, y por tanto muchas veces estos fragmentos eran incomprensibles, o incluso podían parecer como una herejía.
Por ejemplo, en la página 161 del manuscrito dice: “Dios ha prometido una gran gracia, y especialmente a ti y a todos aquellos que proclamen esta gran misericordia Mía”. Esta frase, si se pone sin resaltar o subrayar las palabras de Jesús, es poco clara, y podría malentenderse, como si Dios hubiera prometido una gran gracia a todos aquellos que proclamaran la gran misericordia de la autora.
Este texto del Diario, transcrito equivocadamente, fue traducido al italiano; dicha traducción fue una de las razones por las que la Santa Sede, en 1959, notificó la prohibición de la difusión del culto a la Divina Misericordia en la forma como la había trasmitido Santa Faustina. Con motivo del proceso informativo para la beatificación y canonización de Santa Faustina, se hizo una segunda copia del Diario desde el texto original y además exactamente recopilado por el P. Isidor Borkiewicz OFM Conv., y por la Hna. Beata Piekut ZMBM.
Este texto fue traducido al francés. Esta traducción, junto con una copia del Diario certificado por la Curia Metropolitana de Cracovia, el 19 de octubre de 1967, acompañada con las fotocopias del manuscrito, se incluyeron en las Actas del Proceso Informativo enviado a Roma.
Esta copia del Diario, que contenía notas a pie de página e índices elaborados bajo la supervisión del vice-promotor de la fe en el Proceso Informativo, el P. Jorge Mrówczyński y la Hna. Beata Piekut ZMBM fue enviada a Roma y entregada a manos de postulador general del proceso de beatificación, el P. Antoni Mruk, SJ, para que bajo su supervisión pudiera finalmente ser impresa. Así pues, por primera vez en lengua polaca, el Diario fue impreso y publicado en Roma en 1981, y a continuación en Polonia. Esta edición fue y sigue siendo la base para todas las demás traducciones de la obra en otras lenguas extranjeras. Incluso cuando la traducción se realiza a partir de otra traducción, siempre se acaba revisando de acuerdo a la versión original. Las ediciones del Diario se propagan y gozan de popularidad, porque, como dijo el mismo Jesús, fue escrito para confortar y consolar las almas. Muchas personas, al leer el Diario, conocen mejor el amor misericordioso de Dios, encuentran su camino de regreso a Él y crecen en el amor.
El contenido del Diario pone de manifiesto la riqueza y la fascinante belleza del misterio de la Divina Misericordia, que se nos muestra a través de la vida y vivencia mística de la autora. De este modo, ha quedado registrado, por un lado, el camino espiritual, que anduvo hasta llegar a la íntima unión con Dios, y por otro, el mensaje de la Divina Misericordia, que Dios le dio para que transmitiera a la Iglesia y al mundo.
Santa Faustina describe sus encuentros con Dios, vivencias extraordinarias de sus contactos con el mundo sobrenatural: sus encuentros con Jesús, con María Santísima, los ángeles, los santos, las almas que sufren en el purgatorio, los ataques del espíritu del mal y su lucha diaria para formarse a sí misma llevando a cabo todo un trabajo interior, velando sobre todo para mantener una actitud de confianza en Dios y para ejercer la caridad con el prójimo de forma activa, hasta el sacrificio de su propia vida.
En la vida de Santa Faustina quedó inscrita la gran misión profética que recibió, que consistía en recordar al mundo la verdad bíblica sobre el amor misericordioso de Dios para con todo hombre y proclamarla con una fuerza nueva. En el Diario, han quedado escritos, de modo muy completo, los mensajes de la Misericordia, y han quedado reflejados también los esfuerzos de Santa Faustina, de sus confesores y Superioras, a fin de llevar a cabo esta misión.