María es Madre de Misericordia, porque cuando estaba en el Calvario a los pies de la cruz de su Hijo, ha hecho posible de manera excepcional la propia participación en la revelación de la misericordia de Dios con el sacrificio de su corazón. Por eso María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia de Dios. Sabe su precio y sabe cuán alto es (cfr. Dives in Misericordia 9).
María también a través de la participación escondida y, al mismo tiempo, incomparable en la misión mesiánica de su Hijo, ha sido llamada singularmente a acercar a los hombres al amor que Él había venido a revelar (cfr. Dives in Misericordia 7).
María es Madre de Misericordia, porque habiendo sido elevada al cielo intercede por nosotros ante Dios, para obtenernos de Su misericordia todas las gracias que necesitamos para nuestro peregrinar por esta tierra. Tal como lo hizo en las Bodas de Caná, al interceder ante Su Hijo por los novios a quienes se les había acabado el vino, sigue intercediendo desde el cielo por las necesidades de todos los hombres para obtener el vino nuevo de la misericordia, la gracia y la santidad de Dios
Desde su nacimiento Santa Faustina experimentó la presencia de la Virgen María en su vida, por lo tanto era muy natural que ella se dirigiera a la Santísima Virgen en cada necesidad. En la habitación de la casa de su familia, junto a una imagen de Jesús Crucificado, había una figura de la Madre de Dios, delante de la cual la familia se arrodillaba cada día para rezar. Frente de la casa se encontraba una pequeña capilla, ante la cual la familia rezaba en los meses de verano.
Al ir a Varsovia para entrar a un convento, Santa Faustina pidió el consejo y la ayuda de la Virgen María, lo que muestra la sencillez con la que a los 19 años la trataba y cómo sabía escuchar sus mandatos: “Cuando bajé del tren y vi que cada uno se fue por su camino, me entró miedo: ¿Qué hacer? ¿A dónde dirigirme si no conocía a nadie? Y dije a la Madre de Dios: María, dirígeme, guíame. Inmediatamente oí en el alma estas palabras: que saliera de la ciudad a una aldea donde pasaría una noche tranquila. Así lo hice y encontré todo y tal como la Madre de Dios me había dicho” (D. 11).
Al entrar a los 20 años en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, el amor y la devoción de Santa Faustina por la Virgen María crecieron y se hicieron más profundas. Desde entonces era hija de Aquella que proclama la misericordia de generación en generación. Santa Faustina, como una buena hija aprendía, de la Madre a cumplir su vocación, participar en la misión de Jesús que revela al mundo el misterio del Padre Misericordioso, cooperar con Jesús en la obra de salvar las almas perdidas, amar a Dios y a los hombres.
Santa Faustina veneraba siempre a María como Madre del Hijo de Dios, de la Misericordia Encarnada, y por la misericordia de Dios, también la madre de cada persona. Nunca trató a María de modo autónomo, sino siempre en relación con Jesús, como Su Madre participante en la misión salvífica del Hijo. En numerosas revelaciones la Virgen se le aparecía a Santa Faustina junto con su Hijo (cfr. D. 608 y 846), o como aquella que conduce hacia Él, concentrada toda en Él y participante en Su obra de salvar las almas.
María como la Madre más tierna y más buena, y como la Maestra de la vida espiritual, enseñaba a Santa Faustina a contemplar a Dios en el alma, obedecer la voluntad de Dios, amar la cruz y cuidar las virtudes necesarias para tener la actitud de confianza ante Dios y de misericordia ante el prójimo. Santa Faustina relata una aparición de la Virgen: “Vi a la Santísima Virgen que me dijo: Oh, cuán agradable es para Dios el alma que sigue fielmente la inspiración de su gracia. Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conocer la misericordia. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas. No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis sentimientos” (D. 635).
En otra ocasión Santa Faustina relata que la Virgen la instruyó sobre la voluntad de Dios, de cómo aplicarla en la vida sometiéndose totalmente a Sus designios, porque es imposible agradar a Dios sin cumplir su santa voluntad: “Hija mía, te encomiendo encarecidamente que cumplas con fidelidad todos los deseos de Dios, porque esto es lo más agradable a Sus santos ojos. Deseo ardientemente que te destaques en esto, es decir, en la fidelidad en cumplir la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios, anteponla a todos los sacrificios y holocaustos” (D. 1244).
María le daba a conocer a Santa Faustina que no sólo era la Madre espiritual de todos los creyentes, sino su propia Madre espiritual: “Soy Madre de todos gracias a la insondable misericordia de Dios” (D. 449; cfr. D. 805); “Yo soy no sólo la Reina del Cielo, sino también la Madre de la Misericordia y tu Madre” (D. 330); “Hija mía, por mandato de Dios, he de ser tu madre de modo exclusivo y especial, pero deseo que también tú seas mi hija de modo especial” (D. 1414). Santa Faustina respondió con todo su corazón a este deseo de la Virgen, haciéndose su hija fiel y cariñosa. Después de los votos perpetuos esta unión con María como Madre se hizo aún más fuerte: “Oh Madre de Dios, Santísima María, Madre mía, tú ahora eres mi Madre de modo más particular y esto porque tu amado Hijo es mi Esposo, pues los dos somos tus hijos. Por consideración a tu Hijo, debes amarme. Oh María, Madre mía amadísima, dirige mi vida interior de modo que sea agradable a tu Hijo” (D. 240).
De entre los numerosos títulos que tiene María, los que más frecuentemente aparecen en los escritos de Santa Faustina, son: Madre, Madre de Dios, mi Madre. Santa Faustina escribió mucho sobre el papel de María como Madre de la Misericordia. Veía la misericordia que María experimentó de modo singular y la misericordia con la cual Dios colma a los hombres a través de Ella:
“A través de Ella, como a través del cristal puro,
Ha llegado a nosotros tu misericordia,
Por su mérito el hombre se hizo agradable a Dios,
Por su mérito todos los torrentes de gracias
fluyen sobre nosotros” (D. 1746).
La íntima unión de Santa Faustina con la Virgen es visible en diferentes situaciones de su vida cotidiana. A María le ofrecía los momentos gozosos, como por ejemplo los votos perpetuos (cfr. D. 260) y los momentos de sufrimiento. A Ella le ofrecía toda la vida: “Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, oh mi Madre” (D. 79). Le pedía diferentes gracias como la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo, la defensa del enemigo de la salvación, la gracia de ser fiel a las inspiraciones interiores y de cumplir fielmente la voluntad de Dios (cfr. D. 79 y 170); y todo esto para hacerse más agradable a Jesús y glorificar dignamente Su misericordia delante del mundo y durante toda la eternidad (cfr. D. 220).
La Virgen María le dio a conocer a Santa Faustina su amor y protección de madre: “Una vez me visitó la Virgen Santísima. Estaba triste con los ojos clavados en el suelo; me dio a entender que tenía algo que decirme, pero por otra parte me daba a conocer como si no quisiera decírmelo. Al darme cuenta de ello, empecé a pedir a la Virgen que me lo dijera y que volviera la mirada hacia mí. En un momento María me miró sonriendo cordialmente y dijo: Vas a padecer ciertos sufrimientos a causa de una enfermedad y de los médicos, además padecerás muchos sufrimientos por esta imagen, pero no tengas miedo de nada. Al día siguiente me puse enferma y sufrí mucho, tal y como me había dicho la Virgen, pero mi alma está preparada para los sufrimientos” (D. 316). Santa Faustina era consciente de que María como una buena Madre velaba, cuidaba y estaba permanentemente junto a ella: “Sólo Ella está siempre conmigo, Ella, como una buena Madre, mira todas mis vivencias y mis esfuerzos (D. 798; cfr. 1114).
María le permitía a su hija espiritual participar en Sus vivencias y misterios. En la Nochebuena de 1937 Santa Faustina escribió: “Después de la Santa Comunión la Madre de Dios me hizo conocer la preocupación que tenía en el corazón por el Hijo de Dios. Pero esa preocupación estaba llenísima de tal aroma de sumisión a la voluntad de Dios que yo la llamaría más bien deleite y no preocupación” (D. 1437). Otra vez escribió: “Conocí la alegría de la Santísima Virgen en el momento de su Asunción” (D. 1244; cfr. D. 182). La relación de Santa Faustina con la Santísima Virgen era cordial y entrañable; se basaba sobre una gran intimidad que es posible entre la Madre que ama sin límites y su hija cariñosa.
Desde las primeras épocas del cristianismo se veía en María el modelo de la vida evangélica basada sobre la fe, la esperanza y el amor; la imagen de la unión perfecta con Cristo en Su vida y Su misión apostólica; un ejemplo de obediencia y búsqueda de la voluntad de Dios en todo; un modelo de la docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo y de la sensibilidad hacia todas las necesidades de los demás.
María era para Santa Faustina, ante todo, un modelo de la confianza absoluta en Dios, es decir, del cumplimiento de Su santa voluntad y de misericordia al prójimo. “En su corazón no había ni un solo destello contrario a la voluntad de Dios” (D. 1710; cfr. D. 1437), “aunque una espada de dolor traspasó su alma más de una vez” (D. 915). Santa Faustina, al considerar la vida de María vio también que vivir perfectamente de la fe y por lo mismo cumplir la voluntad de Dios, depende del grado de unión en amor con Jesús. Considerando el misterio de la presentación de Jesús en el templo, escribió: “Oh María, hoy una espada terrible ha traspasado tu santa alma. Nadie sabe de tu sufrimiento, excepto Dios. Tu alma no se quebranta, sino que es valiente porque está con Jesús” (D. 915).
La Santísima Madre era para Santa Faustina un modelo de la confianza absoluta en Dios, que se expresaba en su fiat, desde la anunciación en Nazaret, hasta el momento de la agonía de su Hijo en el Gólgota. Era también el modelo de todas las virtudes, de entre las cuales valoraba más la pureza (cfr. D. 161), la humildad (cfr. D. 161), la docilidad y el recogimiento del espíritu (cfr. D. 1398); la escondida cooperación con Jesús en la obra de salvar las almas, el abandono total a Jesús y a su obra. María era para Santa Faustina un modelo del abandono virginal a Dios y, al mismo tiempo, de la maternidad espiritual para las almas. De María aprendía a amar las almas y a padecer hasta los mayores sacrificios para la salvación de las mismas.
María era para Santa Faustina un modelo objetivo de la vida cristiana que debemos contemplar y reflejar en nuestra propia vida. Era también una Persona que tomaba una parte activa en la formación de su vida espiritual, por eso la llamaba su “Instructora” (cfr. D. 620), Instructora de la vida interior que enseña no sólo en teoría cómo vivir para Dios y para las almas, sino que lo hace también con el ejemplo de su vida y la intercesión por nosotros para alcanzarnos gracias. Santa Faustina ofreció a María su vida interior con plena confianza pidiendo que la guiara: “Oh Virgen radiante, pura como el cristal, toda sumergida en Dios, te ofrezco mi vida interior, arregla todo de manera que sea agradable a tu Hijo” (D. 844). Se lo pidió a María varias veces y María, siendo la mejor Madre, le enseñaba cómo debía actuar, en qué ejercitarse, en qué fijarse en la vida interior y la respaldaba en estos esfuerzos, alcanzándole las gracias necesarias.
María le enseñaba, ante todo, a descubrir a Dios en su propia alma. “La Santísima Virgen me enseña sobre la vida interior del alma con Jesús, especialmente en la Santa Comunión” (D. 840). Y no sólo entonces. Con motivo de los preparativos para la fiesta de la Natividad del Señor le propuso a Santa Faustina una adoración permanente de Jesús viviente en su alma. “Hija mía, procura ser mansa y humilde para que Jesús que vive continuamente en tu corazón pueda descansar. Adóralo en tu corazón, no salgas de tu interior” (D. 785). Santa Faustina cumplía con fidelidad los consejos de la Madre de Dios, su invitación a tratar con Dios en su propio interior y a descubrir allí la presencia y la fuerza de Dios. Por lo tanto no buscaba a Dios lejos, sino que concentraba toda su vida interior, en fortalecer la unión con Él, viviente en su alma.
La Santísima Virgen invitaba también a Santa Faustina a cumplir fielmente la voluntad de Dios. “Hija mía, te recomiendo encarecidamente que cumplas con fidelidad todos los deseos de Dios, porque esto es lo más agradable a sus santos ojos. Deseo ardientemente que te destaques en esto, es decir en la fidelidad en cumplir la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios, anteponla a todos los sacrificios y holocaustos” (D. 1244). La instruía que aceptara todas las exigencias de Dios como una niña pequeña sin averiguar nada, porque lo contrario no agrada a Dios (cfr. D 529), siendo una expresión de la falta de confianza a Su sabiduría, omnipotencia y amor. Con el ejemplo de su vida, en la cual permitía entrar a Santa Faustina, mostraba que el cumplimiento de la voluntad de Dios consiste no solamente en cumplirla exteriormente, sino también en armonizar interiormente con ella su propia voluntad (cfr. D. 1437). Santa Faustina reconoció sinceramente que María le enseñó a amar interiormente a Dios y cómo cumplir su santa voluntad en todo (cfr. D. 40), porque sin cumplirla no es posible agradar a Dios ni a la Santísima Virgen (cfr. D. 1244). Le dijo la Virgen a Santa Faustina: “El alma más querida para mí es aquella que cumple fielmente la voluntad de Dios” (D. 449).
Con el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios va unida inseparablemente la cruz. La Madre de Dios enseñaba a Santa Faustina cómo aceptar y vivir el sufrimiento que a todos les llegará. Le dijo: “Has de saber que a pesar de ser elevada a la dignidad de la Madre de Dios, siete espadas dolorosas me han traspasado el corazón” (D. 786). Le aconsejaba a Santa Faustina que también en los momentos de gozo siempre mirara fijamente la cruz (cfr. D. 561), contemplara la pasión de su Hijo y de este modo vencería (cfr. D. 449). María indicando su vida, le decía a Santa Faustina que no omitiera ni evitara la cruz, sino que la aceptara, porque la cruz está dentro de los planes de Dios. La cruz aceptada siempre lleva a la victoria, a la purificación del alma, a una estrecha unión con Jesús y a una participación más plena en su misión salvífica.
Siendo hija de la Madre del Dios de la Misericordia, Santa Faustina debía distinguirse por las virtudes de humildad, docilidad, pureza, amor a Dios y al prójimo, compasión y misericordia (cfr. D. 1244). En otra ocasión la Virgen le dijo a Santa Faustina: “Deseo, amadísima hija mía, que te ejercites en tres virtudes que son mis preferidas y que son las más agradables a Dios: la primera es la humildad, humildad y todavía una vez más la humildad. La segunda virtud es la pureza; la tercera es el amor a Dios. Siendo mi hija tienes que resplandecer de estas tres virtudes de modo especial” (D. 1414 y 1415).
María como la Maestra de la vida interior le daba a Santa Faustina instrucciones referentes a la perfección personal y a la misión apostólica que le fue confiada por Cristo. Le dijo: “Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida (…). Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas” (D. 635). Después de estas palabras llenas de seriedad y de responsabilidad, la Santísima Madre la reforzó diciendo: “No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis sentimientos” (D. 635). Santa Faustina recibió la misión de proclamar al mundo el mensaje de la Misericordia a través de su vida, sus palabras, acciones y oración. La Madre de Dios la fortalecía en esta misión, indicando a sí misma como modelo de la vida escondida y una continua oración de intercesión. “Su vida debe ser similar a la mía, silenciosa y escondida; deben unirse continuamente a Dios, rogar por la humanidad y preparar al mundo para la segunda venida de Dios” (D. 625). En otra ocasión la Madre de Dios ya no pedía la oración sino que la exigía: “Hija mía, exijo de ti oración, oración y una vez más oración por el mundo y especialmente por tu Patria” (D. 325).
Santa Faustina era una alumna aplicada y fiel de la Madre de Dios. Escuchaba sus consejos, instrucciones y mandatos, y los cumplía dócilmente. La imitación a María y el cumplimiento de sus mandatos pronto dio frutos esperados. Escribió Santa Faustina: “Cuanto más imito a la Santísima Virgen tanto más profundamente conozco a Dios” (D. 843). Un fiel seguimiento de María santificaba su alma (cfr. D. 161) y conducía a una estrecha unión con Jesús. El culto a la Madre de Dios no era solamente una piedad hacia María, sino, ante todo, la piedad según el modelo de María. Santa Faustina oraba a María, celebraba sus fiestas y también la imitaba con celo. De Ella aprendía a penetrar en el misterio de la misericordia de Dios y a contemplarla en lo cotidiano; a confiar en Dios y a practicar misericordia al prójimo; a participar en la vida y la misión de Jesús que revela al mundo el misterio del amor misericordioso de Dios al hombre. Santa Faustina era una alumna fiel y una hija amada de la Madre del Dios de la Misericordia. Reflejaba en su vida la vida de María, la vida que siendo mansa y escondida, dio frutos muy abundantes en la misión salvífica de Jesús.
San Juan Pablo II nos dejó una gran enseñanza sobre María Madre de Misericordia, en la Encíclica “Veritaris Splendor” (cfr. ns. 118 y 120), donde dice que el privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre ella y Dios. Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad. María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cfr. Jn 3, 16-18).